Sábado, 2 de abril de 2016

Mensajes diarios
MENSAJE DIARIO DE SAN JOSÉ, TRANSMITIDO EN LA SAGRADA CASA DE MARÍA, MADRE PAULISTA, CARAPICUÍBA, SP, BRASIL, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Para amar al prójimo, deben ser humildes de corazón. No hay amor verdadero que no nazca de la Fuente de la Divina Humildad, porque el amor verdadero no busca recompensas ni méritos, no crea posesiones o propiedad, no espera ser amado para amar, no espera que el otro sea perfecto para entonces amarlo.

El amor verdadero es aquel que reconoce la esencia de cada ser, que sabe lo que son y que no se asemeja en nada a lo que aparentan ser. Por eso les digo que para amar deben ser humildes.

No es simple, para una humanidad que siempre cultivó el orgullo, el reconocimiento y la superioridad, vivir un amor que no da retribuciones visibles a los ojos humanos. Ese amor tiene su verdadero mérito en la vida del espíritu. Aun cuando amen a alguien que los odie y que jamás quiera recibir el amor de ustedes, esa experiencia invisible quedará marcada en la consciencia humana.

Sé que todos aspiran a amar como Cristo. Todos aspiran a alcanzar los grados de entrega de Su Sagrado Corazón, aunque son pocos los que creen verdaderamente que lo conseguirán, porque no creen en el propio esfuerzo y valentía, porque no se conocen a sí mismos y creen que con saber de su vida superficial y material ya es suficiente para saber lo que pueden ofrecerle a Dios y lo que no pueden.

Hijos, Mis ojos contemplan a la Tierra y los encuentran transparentes. Yo veo algo en ustedes que jamás conocieron y sé que si vinieron a este mundo no fue solo por un gran error en el Universo, sino también por un gran potencial de amar. Lo que ocurre es que el milenario orgullo humano les impide ser humildes, pedir perdón a los otros y a sí mismos, dar sin nada recibir, entregar todo y no querer nada.

Aquel que se anime a vivir una mínima experiencia de amor y de perdón, como tantas veces les pedí, y que no tema estar vacío de sí para reconocer los propios errores, verá delante de sí la puerta hacia la propia liberación. No hay mayor libertad que el amor sin condiciones, que donar sin necesidad de recibir.

La mayor prisión de la humanidad es la búsqueda permanente de resultados, de reconocimiento y de amor superficial de los otros. Ustedes pasan la mayor parte de la vida luchando para ser alguien cuando en verdad están aquí para ser nadie. Es por eso, Mis amados, que la verdadera alegría es conocida por pocos, y la plenitud por casi nadie.

Cristo, que vino al mundo para darles el ejemplo, era esperado como un rey y vino como un vagabundo. Y aun después de haber realizado muchos prodigios, entregó todo en las Manos de Dios, hasta Su propia Vida al morir en la Cruz.

Hoy les dejo una única llave: para amar de verdad, deberán ser humildes.

Su Padre y Amigo,

San José Castísimo