Ya han escuchado Mis mensajes, ahora es momento de vivirlos y de practicarlos.
Dios Me ha permitido, en gloria a Mi Hijo Jesús, rezar esta noche con ustedes el santo Vía Crucis,
aquel misterio infinito que Mi Hijo dejó grabado en el Universo a través de las señales de Su Pasión.
En cada estación, queridos hijos, encontrarán una llave para vivir los pasos de conversión y de redención.
Virgen María, 13 de julio de 2014
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Mi Hijo sintió la flagelación interior del mundo,
pero el poder de Su Amor y de Su confianza absoluta en Dios
le permitió vencer al enemigo.
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Sus dolores no se fijaban en el peso del madero, sino en la liberación del pecado del mundo.
Él cerró los infiernos durante tres días y esa principal tarea espiritual,
realizada por el misericordioso Rey, comenzó en el Calvario.
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En ese momento, Él liberó la maldad del corazón de los hombres.
Así, desterró el mal de las consciencias miserables.
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Yo lo encontré en el camino y Le di Mi abrazo maternal,
el abrazo de una Madre a todos los hijos del mundo y, así,
en ese misterio de la cuarta estación, Yo escogí a los espíritus más impuros
para liberarlos por la fuerza de Mi amor.
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Y de la multitud salió un semejante, uno que fue escogido por el propio Señor Jesucristo.
Este era un hombre de Cirene que se dispuso, en nombre de la humanidad,
a cargar con una parte del gran peso de este mundo.
Así, la humanidad, en aquel tiempo, se volvió redimida por la victoria de la cruz.
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Y después de esta gran revelación de amor en la fe del Cireneo,
una señora llamada Verónica, piadosa y humilde, salió al encuentro de Mi Hijo.
A través de la oferta del agua, humedeció una gran sábana para lavar del Rostro de Jesús
los pecados cometidos por el mundo. En esa gran sábana de Luz
quedó marcado su precioso Rostro, al que veneró por mucho tiempo.
Jesús dejó presente, para todos, el poder de Su faz por medio de Su sacrificio de Amor.
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En la segunda caída se encontraba el alivio del dolor de esta humanidad.
Jesús transformó a través de esa caída el sufrimiento humano, la indignación y la falta de misericordia.
Por la fuerza de Su amor, Él triunfó victorioso.
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Jesús les dijo a las piadosas mujeres de Jerusalén que debían llorar por sus hijos y por sus familias.
Esto era simplemente una profecía de lo que sucedería en el final de estos tiempos
a través de estas generaciones humanas. Aún estamos a tiempo, queridos hijos, de levantarnos del suelo
y seguir el camino que indica el Maestro en Su Retorno.
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Jesús cae por tercera vez y libera a muchas almas de la condenación eterna.
Su preciosa Sangre derramada durante el calvario dejó Códigos de Luz impresos en este mundo,
que brillan perpetuamente en los recintos de luz.
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Jesús no fue despojado de Sus vestiduras,
sino que fue la humanidad despojada de sus pecados
por la oferta grandiosa de Amor del profundo silencio de Cristo,
en la que se encontraba la Verdad.
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Jesús fue crucificado, como se dijo. En Su Sangre derramada se encontraba la Misericordia
y esta Sangre preciosa fue depositada en los cálices de luz de todos los ángeles del Cielo.
Por medio de esta ofrenda preciosa, la humanidad se redimió, la paz se estableció y se cerraron todos los infiernos.
Este es el gran misterio de Amor: ser lavados por la preciosa Sangre de Cristo,
en la profunda aspiración de poder vivir Su gran misterio.
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Jesús murió en la cruz por Amor a todos.
Cuando Su consciencia expiró, elevó a todas las almas de la Tierra
en una profunda comunión, en una profunda gloria,
celebrando Su victoria en todos los mundos y en los lejanos Universos.
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Fue recogido por Mis brazos, por Mi maternidad.
Nuestra Señora de los Dolores padeció el dolor del mundo para poder liberarlo
de los corazones de todos los seres que, en aquel tiempo, vivían la ira y el mal.
En este misterio, en esta estación de Amor, la Piedad se reflejó como una expansión de Luz
por todos los confines de la Tierra y, así, el mundo se volvió rescatable.
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Jesús no solo fue sepultado, Él desterró el mal del mundo,
transmutándolo completamente en las células de todos los seres de la Tierra
y, así, el nuevo Código Crístico se sembró en aquellos que creyeron en el Mensajero de Dios,
en el Mesías que retorna, que retornará entre las nubes.
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Y como Él lo hizo con otros, resucitó entre los muertos,
manifestando la Gloria de Dios en el esplendor de todos Sus cuerpos.
Los ángeles y arcángeles lo alabaron por haber cumplido con la Misión de Dios.
En este gran misterio se encontraba una llave: el Amor del corazón.
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El Mesías que ya había ascendido a los Cielos, envía a la Virgen Santísima y a Sus apóstoles
a fundar la Orden de los Templarios, la Orden de la Eucaristía,
que se esparció por los cuatro puntos de la Tierra y, así, toda la humanidad conoció a Dios
a través de Jesús, hecho Cuerpo y hecho Sangre, en gloria y alabanza al Supremo.
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María, la Madre de Jesús; María Magdalena; José de Arimatea, Sacerdote de Jerusalén
y un grupo de mujeres de fe consagradas al Redentor
llevan las reliquias de la Pasión en una larga peregrinación por el mundo,
derramando en cada punto de la Tierra los Códigos Crísticos de la Redención,
y así nuevas luces surgieron del interior de la Tierra.
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Los apóstoles de dos en dos,
con muchos más amigos que vivían en aquel tiempo el evangelio,
difunden la Sagrada Palabra, el mensaje de la Pasión de Jesús,
despertando a los 144.000 como los nuevos Cristos que despertarían en este tiempo.
Quiero hacer de este Vía Crucis un camino eterno para sus corazones. Quiero poder llegar al mundo, hijos Míos,
y contar en un futuro el Vía Crucis de la nueva era hablándoles a los que vengan, en un próximo tiempo,
de aquellos que renovaron la Cruz de Cristo, trascendiendo los pecados de este momento del planeta
y padeciendo en nombre de Dios por la renovación y por la salvación de todas las almas.Este es el momento, Mis queridos, de que cada uno cargue su cruz así como la cargó Mi Hijo, que sean capaces de vencerse a sí mismos
y a las ofertas que este mundo les realiza, para alcanzar la redención no solo para sus almas, sino para toda esta raza que hoy vive en el mundo.
Virgen María, 13 de julio de 2014
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Todas las imágenes del Vía Crucis aquí presentadas fueron pintadas voluntariamente por el artista brasileño Gabriel Souza.
Vea el relato de su experiencia en el Testimonio de Fe.
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