Domingo, 19 de julio de 2015

Mensajes mensuales
MENSAJE MENSUAL DE SAN JOSÉ CASTÍSIMO, TRANSMITIDO EN EL CENTRO MARIANO DE AURORA, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Así como surge la incredulidad en el corazón de los hombres, también surgirá la fe. El Espíritu de Dios arrebata a aquellos que se disponen a vivir en confianza, siguiendo los designios del Creador.

Muchos serán los destinos que se presentan delante de los ojos humanos y serán los pequeños -aunque verdaderos- impulsos del corazón, los que dictarán por qué camino ingresará la consciencia.

La humanidad, compañeros, está en su gran momento de definición y muchos no quieren ver, ni sentir. Cierran los ojos para lo que sucede a su alrededor y cierran el corazón a la realidad de una vida superior.

A lo largo de toda la historia humana, el Creador los colocó delante de un gran paso, que definiría el rumbo de la humanidad. Pero casi todas las veces prefirieron el poder material, al de la simplicidad del espíritu. Ahora ya no hay más tiempo de elucubrar por cuál camino seguir. No es más el momento de experimentar, sino de definir.

El corazón humano fue creado por Dios como una forma de curar todos los males universales, porque en la vida del Universo, una cosa impedía a los seres llegar a Dios: la imposibilidad de abandonar sus deseos, aspiraciones y metas, incluso las más espirituales, para fundirse con Su Creador. Por eso fue gestado y manifestado este proyecto humano, que desde el principio contiene en sí todas las fuerzas capitales que son capaces de amarrar a la humanidad, con raíces profundas, en la materia.

Grande era el desafío y por eso Dios envió a la Tierra lo más perfecto que existía en el Universo.

Para demostrar a los hombres que este proyecto humano era posible y cuán amado era por Su Corazón Creador, envió a la Tierra a Su Hijo. Aquel que fue concebido para cumplir con la misión de reinar en el Universo y mostrar a todas las criaturas el verdadero camino para llegar a Dios: entregar todo, sus méritos, sus conocimientos, sus metas, su vida.

Envió también a Aquella que se hizo carne para manifestar el perfecto Principio femenino. Aquella que es la Madre de todo lo que fue creado, que es la consciencia pura del Amor materno para todo el infinito y que fue enviada al mundo, para demostrar a los seres cómo se llega a Dios. Como perfecto principio maternal, renunció a lo que para Ella era lo más preciado: Su Hijo, el Hijo de Dios, pues sabía que hecho hombre, hecho llaga, podría curar los desvíos de este mundo y de todo el cosmos.

Envió también un siervo Suyo, en quien confiaba, pues sabía de la perfección del corazón humano. Hizo nacer un hombre en esa familia, que renunciaría a lo que era considerado como lo más honroso en aquella época: Su paternidad. Renunció a sí mismo, para reconocer la Voluntad de Dios y por Su perfección, regocijarse en ella.

Ahora, esa familia retorna al mundo una y otra vez, porque este planeta dejará de ser una escuela y pasará a ser un ejemplo vivo de la perfección de Dios. Todo aquello que vive en Él y que no camina hacia esa perfección, encontrará su camino en otros destinos universales.

No les digo esto para que teman, pero sí para que despierten, pues están viviendo dentro de la manifestación más perfecta del Proyecto Divino que es el planeta Tierra y no están aquí para disfrutar de la vida sobre el mundo, sino para renunciar a ella, entregar al Señor hasta la más mínima aspiración -por más espiritual que les parezca- para encontrar, en el despojamiento de sí, la verdad de lo que Dios espera de cada uno de ustedes.

Recuerden que Su Hijo renunció al reconocimiento de los hombres, cargó sobre Su espalda la humillación, la negación y todos los pecados del mundo y del Universo; para así, resurgir en Gloria y anunciar al mundo que el verdadero camino es la renuncia, que la verdadera victoria es la derrota de sí y la verdadera conquista es la pérdida de todas las cosas para encontrar a Dios.

No teman los fracasos de la humanidad. Sepan que nada comprenden verdaderamente de los Caminos de Dios.

Recuerden que, así como surge la incredulidad en los corazones, surgirá la fe. Y es en esa fe, que es el Poder manifestado de Dios, que deberán encontrar el sustento para sus almas y sus espíritus.

Les agradezco siempre y los guiaré por el camino de la Victoria de Cristo, en su interior.

San José Castísimo, Eterno Siervo de Dios