Miércoles, 26 de diciembre de 2012

Mensajes semanales
MENSAJE PARA LA APARICIÓN EN EL CENTRO MARIANO DE AURORA, PAYSANDÚ, URUGUAY, TRANSMITIDO POR LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA A FRAY ELÍAS

Queridos hijos:

Como cuenta la historia grabada en lo profundo de Mi Corazón, después del nacimiento de Jesús, el pequeño Niño Rey comenzó a irradiar los primeros códigos de redención y de paz para el mundo, especialmente para todos los que en el camino me veían con el Niño Jesús en brazos.

Ese fue el tiempo de Mi mayor aprendizaje como madre. Allí Dios me fue revelando los misterios infinitos de Su Amor por todos nosotros. Mi Inmaculada Virginidad fue colmada por el Espíritu Santo, que permitió gestar en Mi vientre al pequeño Niño Jesús. El Niño Rey fue la verdadera señal de conversión y redención para muchos hijos de Israel, incluso para aquellos que fueron partícipes de los diálogos espirituales que Jesús, siendo niño, compartía con mucho amor para todos.

Después de algunos años de vida, el pequeño Niño Rey fue creciendo y Mis manos maternales lo ayudaron a dar los primeros pasos hacia Dios. Pero Jesús era y es Dios en vida, en preciosa expresión de amor visible para toda la humanidad. Jesús, el pequeño Niño Rey, fue mostrando las verdaderas virtudes de santidad y humildad que Dios le había dado. Cada alma que se encontraba con Mi Hijo Jesús, curaba su dolor y recuperaba la esperanza a través de la confianza en el Dios del Amor.

Cuando Jesús tenía once años de edad, fue llevado por primera vez al templo, para presenciar la instrucción de los doctores. Fue en esa época que Mi Corazón Materno y el Corazón de José confirmaron definitivamente la confianza total en Dios, porque en ese entonces Jesús se perdió entre la multitud y lo buscamos durante tres días seguidos. La fe y la guía de un ángel del Señor nos llevó a encontrarlo en el templo, entre los doctores. Jesús pasó tres días seguidos predicando, aun teniendo once años de edad, el Espíritu de Dios hablaba con amor a través de Su pequeño y Sagrado Corazón.

Cuando, junto a José, lo encontramos en el templo, vimos que Nuestro Altísimo Señor estaba obrando silenciosamente por medio del pequeño Jesús. Terminada la prédica de Jesús en el templo, lo llevamos de nuevo a Nazareth. Cuando llegamos a la casa en Nazareth, le preguntamos con mayor tranquilidad donde Él había estado durante esos tres días seguidos.

Jesús nos respondió:

“...Madre, ¿dónde Mi ser podría estar, sino en la Casa de Mi Padre? Mi Corazón fue llamado por el Señor para derramar amor sobre el corazón pensante de los doctores; tuve que despertar el amor en ellos, diciéndoles que Dios se encuentra en la acción de donarse, de amar, de compartir y de servir al prójimo, que Dios se encuentra más allí que entre los pergaminos. Dios me habló, Mi Ángel Protector también me habló y fue el Ángel del Señor que llevó Mi pequeño Espíritu hacia el templo, para que por primera vez Yo pudiera ver cómo Dios curaba, a través de Sus palabras de Amor, a aquellos que están atentos a Su Mensaje”.

Después de tan bendecida instrucción dada por el pequeño Jesús, vimos con José Castísimo que Dios había comenzado a cumplir Su Voluntad en la vida del pequeño Jesús. En los siguientes años Jesús fue formado, por José Castísimo, en el oficio de carpintería y alfarería, para que como niño pudiera tener el mismo conocimiento que otros tantos niños de Israel. Cada padre debía enseñar a su hijo primogénito un oficio para que ese fuera desarrollado como un servicio a la comunidad. José Castísimo siempre fue muy obediente a los pedidos de Dios, especialmente a los pedidos que eran dados por los ángeles de luz del Señor.

Jesús desempeñó el servicio de carpintero más allá de los veinte años de edad, en donde nuevamente fue llevado a compartir la palabra sagrada con todo el pueblo de Israel. Nazareth fue nuestra morada por mucho tiempo; allí entre Mi Hijo y Mi Corazón de Madre nos preparamos para el esperado momento de la entrega de Jesús.

Jesús desde niño deseaba hacer pequeños sacrificios, todos eran silenciosamente ofertados a Dios por la reparación de Su Corazón. Un día en la casa de Nazareth, dejé preparado el alimento diario para el pequeño Jesús. José Castísimo, a pesar de sus tareas de carpintería, quedó con la misión de alimentar al mediodía a Jesús. Yo me encontraba en otra parte de la casa, porque muchas mujeres necesitadas de consuelo y amor me visitaban, pidiéndome consejos maternales. Yo oraba por los planes de Dios y ese grupo de mujeres me acompañaban a diario en un encuentro de oración, en el que se oraba en arameo.

Sucedió que José Castísimo durante ese día trabajó sin demora, porque de sus oficios de caridad dependía el porvenir y la providencia que nos daba el Señor. Ese día Jesús ayunó por primera vez, cuando tenía tan solo cuatro años de edad. El pequeño Niño siempre nos demostró que Él era parte de Dios y que Dios era parte de Él.

A veces al pequeño Jesús le gustaba subir una escalera que llegaba hasta lo más alto de la casa; Él nos decía que allá arriba se iba a encontrar con el Gran Señor. Yo corría rápido a buscarlo, dejando de hacer Mis deberes de casa, para poder alcanzarlo y colocarlo en Mis brazos.

El Niño Rey aprendió arameo rápidamente y siempre esperaba durante la noche, que Mis brazos lo acogieran, lo hamacaran y le cantara en suave susurro los cánticos de alabanza a Dios. En muchas noches de vigilia y de oración, Jesús estaba a Mi lado, vigilando por el Plan de Dios, aún siendo muy pequeño.

El nacimiento de Jesús trajo al mundo la pureza para retornar al Amor de Dios, pureza que la humanidad fue perdiendo a lo largo de los siglos. Por eso hoy, queridos hijos, les dejo a ustedes otra parte más de Mi historia maternal con Jesús; para este tiempo nunca olviden la madre que Dios les entregó y que las madres no olviden a los hijos que Dios les entregó. Sé que muchas madres sufren por sus hijos y que muchos hijos sufren por sus madres y padres.

Ahora es el gran momento de la reconciliación y del perdón entre toda esta gran familia de la humanidad. Coloquen en Mis brazos vuestros seres y confíen Mis queridos, que Yo estoy aquí entre ustedes porque los amo y porque la Gracia de Dios los contempla. Sean buenos hijos de Dios, sean buenas madres y buenos padres consagrados a Dios.

Todo se renueva por medio de Jesús.

¡Les agradezco por compartir esta navidad con Mi Materno Corazón!

María, Madre de la Divina Concepción de la Trinidad