APARICIÓN DE SAN JOSÉ EN EL CENTRO MARIANO DE AURORA, PAYSANDÚ, URUGUAY, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Encuentros con el Castísimo Corazón de San José

Aproxímense a Mi altar.

Sientan en este lugar la simplicidad de la Sagrada Familia, como en tiempos atrás.

Nada de lo que viven hoy es nuevo para sus consciencias. Muchos de ustedes estuvieron reunidos alrededor de los Sagrados Corazones, en una vida simple, pero llena de grandes misterios.

Ustedes nos conocían en Nazaret y caminaban con nosotros en peregrinación a Jerusalén para alabar a Dios y ofrecerle la propia vida y toda la eternidad. No sabían que aquella eternidad no sería en el Paraíso, sino que volverían tantas veces al mundo para cumplir la promesa que le hicieron al Creador, hasta que hoy pudiéramos reencontrarnos para finalizar esta misión que comenzó hace tanto tiempo.

La humanidad se fue transformando a lo largo de los años, de los siglos. Una parte de ella se aproximó a la Verdad; otra, abrazó completamente las ilusiones de este mundo.

Ustedes, muchas veces, abrazaron la ilusión, pero en lo profundo de sus consciencias sabían que la Verdad los esperaba, porque un compromiso con Dios no se deshace ni con la peor experiencia en la Tierra. Aquellos que un día ofrecieron su vida al Creador, siempre tendrán sus vidas en las Manos de Dios. Este vínculo con el Padre, a pesar haber permanecido olvidado tantas veces, nunca se deshace. Ustedes necesitaban experimentar las cosas del mundo para conocer las cosas del Cielo, porque eso era parte de la experiencia humana.

Ahora, hijos, llegó el momento, como fue en Jerusalén, de renovar sus compromisos con el Padre, de conocer las Leyes universales, de recordar el origen, de volver a tener como prioridad la Voluntad Divina y no la propia.

Los pueblos de Jerusalén tenían muchos defectos y muchas dificultades; sin embargo, tenían una virtud única, que era la fé, la fé absoluta, la certeza de que, un día, este planeta tan imperfecto sería el suelo sagrado de una tierra consagrada a los Planes divinos. Muchos hasta hoy esperan que esta aspiración se concrete, que esta nueva Jerusalén, tan esperada, pueda emerger.

En verdad les digo que los principios divinos, hace mucho tiempo, ya viven sobre la Tierra, dentro de ella, en sus niveles superiores. De la misma forma, esos principios divinos ya viven en ustedes, dentro de ustedes y en sus niveles superiores. Existe algo, entre lo profundo de cada ser y la vida superior, que debe servir como puente para unir las dimensiones, unir los niveles de la consciencia en una consciencia única. Esta parte de sus seres y esta parte de la vida en la Tierra son las que deben aprender a vivir la unidad. Poco a poco, ustedes van reconociendo el Principio de la Unidad en sus vidas. Poco a poco, él se manifiesta, se expresa y vuelve a unirlos, en esencia, al Creador de todas las cosas.

Como ya les dije, deben construir, en los pequeños detalles, esta unión con la Vida divina, porque no será por magia que descubrirán su semejanza con Dios, la que disolverá, de un soplo, sus defectos y sus imperfecciones y los tornará semejantes al Padre. Ustedes vinieron a ese mundo para que, con el esfuerzo permanente, constante, pudiesen volver al origen. La gran escuela de la Tierra se encuentra en este misterio de que, por las pequeñas cosas, puedan descubrir las grandes.

Muchos de ustedes, hijos, ya están descubriendo esa verdad y saben que pueden tener grandes tareas reconocidas por todos, pero ser imperfectos en sus consciencias humanas. Saben que, si no curan esos pequeños detalles de sí mismos, pueden aparentar muchas cosas, pero no llegarán a la meta divina. Por eso, muchos se están esforzando para transcender lo que aparentan ser y ser de verdad.

Estos son los frutos de Mis palabras en su interior. Este año pasó rápido y muchos sienten que no dieron ningún paso, pero el hecho de que reconozcan sus imperfecciones ya significa, hijos, que un poco de humildad vive en ustedes. El hecho de reconocer la necesidad de que Mi Casto Corazón siga acompañándolos ya es una verdadera señal para el Padre de que están un poco más próximos de develar Sus Misterios.

Hoy, los hago transparentes delante de Dios y delante de ustedes mismos. Dejen que esa síntesis interior ocurra, para que puedan sentir todo aquello que aún deben transformar, pero que también puedan sentir todo el potencial que existe para que sigan adelante. Dejen que Yo les muestre en el corazón el verdadero estado de la consciencia humana y también la verdadera meta para la humanidad.

De esta forma, poco a poco, conocerán la verdad en todos sus aspectos. Conocer la verdad no es contemplar sus propias miserias ni ignorarlas, porque saben que son parte de un ser superior. Reconocer la verdad es observar todo, desde lo más inconsciente hasta lo superior, y de esa forma poder dar pasos más concretos, más maduros.

Mis palabras son diferentes que aquellas de María y de Jesús, porque Mi Corazón fue tan humano como el de ustedes. Mi gran misión fue trascender esa humanidad y descubrir la semejanza con Dios. Cristo era el Hijo del Dios Vivo que caminaba entre los hombres. María era el vientre purísimo de la Creación que gesta todas las esencias y que vino a la Tierra para que, por medio de Su Pureza, el Hijo de Dios llegara al mundo. Y Mi Casto Corazón, a pesar de haber sido preparado por el Creador, tuvo que vencer su humanidad en los pequeños detalles. Por eso es que hoy vengo para enseñarles a hacerlo.

Les hablo tanto de la humildad y de la simplicidad porque esa fue Mi escuela para llegar a Dios, escuela que ustedes deben cursar para poder dar los propios pasos.

Hoy les confieso que, ante el Padre, le pedí permiso para permanecer entre los hombres, porque durante este año, en el cual vine al mundo por primera vez todos los días, volví a reconocer a la humanidad, recordé todo lo que viví como hombre en la Tierra y cómo necesitaba de la Presencia de Dios para poder llegar hasta Él. Sé que estos tiempos son mucho más difíciles que el tiempo en que viví. Por eso, hijos, fue que le hice ese pedido a Dios.

Yo les pediré que, con Mis palabras, escriban un nuevo libro, que será la historia de vida de San José. Esta historia la contaré todos los días de este año que vendrá, pero sólo la conocerán cuando Yo la haya terminado. Es de esta forma que, públicamente, conocerán Mis mensajes todos los viernes y les contaré todos los días una historia que deberán esperarla, pero que se irá construyendo dentro de cada uno de ustedes, en el silencio de sus corazones. Cuando esa historia esté escrita, será la historia del corazón humano que se volvió a escribir, para que vivan esta síntesis en el final de los tiempos y, de una forma simple, alcancen esa transformación absoluta.

Con María Santísima, aprendí a interceder por el mundo, observando Sus oraciones permanentes, Su Rosario que nunca deja de pasar entre Sus dedos. Aprendí a amar el corazón humano y a aspirar, ardientemente, a que un día alcancen la semejanza con Dios.

Así como Yo, hijos, aprendan también ustedes con su Madre Santísima; aprendan con este amor, esta incondicionalidad, este servicio permanente para con el corazón humano, para con el planeta y todos los Reinos de la Naturaleza.

Espero que en el ciclo venidero, durante el próximo año, que será el último despertar para la humanidad, todos puedan realizar su misión.

Que el silencio de María y Su divina humildad también les enseñen muchas cosas.

Traigan ahora el pan y el vino para que Yo pueda consagrarlos, por la potestad sacerdotal que el Señor Me concedió. Que, junto a María, podamos hacer de este pan el Cuerpo Vivo de Cristo y, de este vino, Su Preciosa Sangre que, corriendo por sus venas, convierta la condición humana y los aproxime al Corazón de Cristo.

Ahora canten y den gracias a Dios, por haberle concedido a Su siervo esta nueva oportunidad de acompañar a los hombres.

Uno Mi corazón al Corazón de Cristo, que siempre será Mi Maestro y Rey, así como de todos ustedes. Que en esta unión perfecta y absoluta sea Él, como en tiempo atrás, quien consagre estos elementos y los convierta en Su Cuerpo y en Su Sangre.

Quiero que comprendan que, cuantas más Gracias reciben del Cielo, mayor es su responsabilidad para con los Planes de Dios. Por eso, no solo sonrían delante de Mí cuando Yo les digo que permaneceré en el mundo y que, una vez por semana, podrán escuchar Mis palabras, porque eso significa, hijos, que Yo les diré otras cosas que deberán vivir.

Con María Santísima, los bendigo. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Sigan en paz y en profunda alegría.

Les agradezco.