Lunes, 6 de noviembre de 2017

Maratón de la Divina Misericordia
Aparición de Cristo Jesús durante la 52.ª Maratón de la Divina Misericordia, en la ciudad de Valparaíso, Chile, al vidente Fray Elías del Sagrado Corazón

Quisiera que se acuñe, lo más pronto posible, la Medalla del Sagrado y Glorificado Corazón de Jesús. Quiero que cada alma sobre esta Tierra la tenga consigo y conozca las promesas que una vez Yo hice sobre ese sagrado símbolo de la Redención.

Deseo tenerla presente a los pies de Mi Altar, para la próxima Maratón. Quiero dar ese presente, ese símbolo tan importante de Mi retorno, a cada uno de Mis peregrinos.

Ese será el símbolo, será la señal, por medio de la Medalla, que los ángeles tendrán para poder reconocerlos y llamarlos a Mi encuentro, cuando Yo retorne al mundo.

Por eso, hoy traigo sobre la palma de Mi Mano derecha, la Sagrada Medalla del Cristo Glorificado; para que así, adquieran una mayor devoción a Mi Sagrado Corazón y, como en esta Maratón, que ha sido espléndida para Mí, Yo pueda entregar en otros lugares del mundo, así como hoy en Chile, los tesoros del Cielo, por medio de los objetos sagrados, que ayudarán a las almas a que puedan ser libres espiritualmente y a que se puedan liberar de sus enfermedades, de sus sufrimientos, de todo cautiverio.

Quisiera que recordaran para los próximos días, el mensaje sobre esta Sagrada Medalla, que una vez Yo entregué en Mi amada Aurora.

Es hora de traer hacia la Tierra lo que proviene del Cielo, y que en esencia, por medio de la Sagrada Medalla, se puedan cumplir las promesas que ha emitido Mi Sagrado Corazón.

Quisiera que por medio de la Medalla, todos conocieran Mi Faz de retorno; aunque Mi retorno será más resplandeciente que lo que ha sido pintado en el sagrado cuadro de vuestro Rey. Es importante que las almas conozcan Mi Faz y todas las promesas que Yo he hecho, para cada una de ellas.

Hoy vengo a cerrar esta Peregrinación por la Paz en Chile, trayendo esta Gracia de que todos puedan tener consigo, lo antes posible, el símbolo del Sagrado y Glorificado Corazón de Jesús, porque de esa forma, compañeros, Mi Padre Me permitirá verter muchas más Gracias, muchas más misericordias, en los corazones que necesitan de libertad espiritual y de cura.

Esta Gracia que hoy traigo entre Mis Manos, por medio de la Sagrada Medalla, aún será un misterio desconocido para el mundo, porque solo he dicho el cinco por ciento del poder de ese símbolo, que cuando sea acuñado y bendecido por Mí mismo, adquirirá. Las almas podrán tener consigo esa Medalla y llevarla a los lugares más necesitados, como los hospitales, los asilos, los institutos de jóvenes, y hasta las cárceles.

Yo quiero, por medio de esta Medalla, que todas las almas que la conozcan alcancen su libertad espiritual y puedan ingresar por el Gran Portal que abriré, a través de ella, hacia la Redención.

Me honra venir hoy a un país tan herido durante el pasado, para entregar este legado celestial; este símbolo sagrado, que guarda en sí el máximo Amor de Mi Corazón, por las almas del mundo.

Por eso, vengo con esta Medalla, para recordarles ese pedido. Es hora de que las almas sientan también físicamente Mi Presencia, para que en el tiempo que vendrá Me puedan reconocer y no confundirse con otros maestros, sino encontrar a su único Rey, Aquel que subió a los Cielos y que descenderá de los Cielos para encontrarlos, en la hora más difícil de la humanidad.

Esta Medalla será la señal de los autoconvocados, de los que aceptarán el compromiso Conmigo en el fin de los tiempos, de los que no darán pasos hacia atrás, sino que caminarán firmes a Mi encuentro, para formar las filas de Mis ejércitos en este planeta y dentro de este Universo.

Por eso son tiempos de grandes definiciones. Y los objetos sagrados, como la Medalla de Mi Glorificado Corazón, les darán la fuerza que necesitan para atravesar las pruebas, para disolver los conflictos, invocando el poder de Mi Glorificado Corazón, que en este tiempo se revela al mundo; Corazón que ingresa en esta Nueva Era para traer la Paz y la Misericordia de Dios.

Y así, adquiriendo esta Sagrada Medalla de Mi Glorificado Corazón, Yo también podré reconocer a sus seres; podré saber que están Conmigo, hasta en este plano material, paso a paso.

Hoy vengo con esta Gracia, compañeros, especialmente para Chile. Para que este país se regocije y sepa que a través de esta Medalla, habrá encontrado su libertad y el perdón de todos sus errores. Porque sepan que, en estos dos días, compañeros, he contado las veces que han abierto sus labios y han pronunciado al Padre Celestial, por Mi dolorosa Pasión. Espero que, saliendo de aquí, recuerden cómo hacerlo y nunca más se olviden, porque lo necesitarán.

Cuando los impulsos espirituales de Nuestros Sagrados Corazones pasan por las naciones del mundo y por los pueblos, las almas deben aprender a sustentar ese Fuego divino, que proviene del Universo de Dios, para que no se disipe cuando nos vayamos de aquí.

Mi Madre sembró en ustedes, aquí en Chile, nuevos cristales de luz y Yo he recogido en estos días sus más sinceras ofrendas. Espero que guarden esta importante Comunión que han tenido Conmigo estos dos días. Que guarden las palabras de Amor que les he pronunciado, por más duras que hayan parecido, porque lo que Mi Corazón ardiente desea, compañeros, es que vivan la Verdad.

Desde el Cielo traigo esta Medalla, hoy no visible para muchos ojos, pero perceptible para muchos corazones.

Hoy, imantaré con Mi Luz y con Mi Amor, todas las Medallas que serán acuñadas en los próximos tiempos, para que cada sol de este planeta, que despertará en su esencia de amor, de devoción y de fe, a Mi Sagrado Corazón, pueda recibir las Gracias que necesita, para caminar en la fe durante estos tiempos de tribulación.

En ella he imantado el poder de tres Arcángeles: Miguel, Gabriel, Metatrón.

Esos fueron los Rayos que penetraron Mi Corazón, que fue traspasado en la Cruz, cuando expiré. Y dije antes de morir: Padre, Padre Mío, Adonai, perdónalos porque no saben lo que hacen y porque no sabrán lo que harán, hasta que Yo retorne al mundo.

Esta es la Gracia que hoy deposito sobre la Medalla que será acuñada: el Poder de Miguel Arcángel, para que las fuerzas del caos sean exorcizadas y disipadas, sean transmutadas y liberadas, y los corazones de este mundo se desvinculen de toda maldad; para que reine el Poder de los Cielos.

Esta Medalla acuñada, también recibirá el Poder del Arcángel Gabriel, para que las almas y los internos de la humanidad puedan reconocer el mensaje de Dios, la Palabra de Vida y la Llama divina de la salvación.

La Medalla que será acuñada también recibirá el Fuego del Arcángel Metatrón, para que todas las energías superfluas sean sublimadas, trascendidas y elevadas; para que los atavismos, las amarras y las cadenas sean disueltas de la consciencia humana y que todo aquel que tenga con fe esta Medalla, reciba esa Gracia.

Estos fueron los Poderes recibidos cuando Mi Corazón fue traspasado por la lanza en la Cruz y fue el legado que el mundo recibió en los planos internos y que ahora en esta Era y en este ciclo, Yo vengo a despertar en sus corazones y almas.

No tendrán una medalla como cualquier otra. No tendrán un amuleto, sino una parte espiritual de Mi Ser, que es inmaterial y divino. Tendrán entre sus manos la esencia del Amor más grande que Yo he vivido, momentos antes de expirar en la Cruz, momentos antes de que Mi Corazón se detuviera y dejara de latir de Amor por el mundo, hasta poder resucitar en Gloria, al tercer día.

En esa Medalla de Mi Sagrado y Glorificado Corazón, tendrán guardada en esencia, la historia de amor que fue grabada por las santas mujeres de Jerusalén, por los apóstoles, por los patriarcas y por la Santa Madre de Dios, que acompañó a Su Hijo hasta el final, en Su más absoluto silencio y en Su más infinita entrega.

Esta será la Medalla de los bienaventurados, de los Nuevos Cristos, de los que no temerán decir “sí” a Mis Profecías y anuncios, que Yo traigo del Cielo, porque ella los ayudará a proteger sus esencias y aproximarlos a Mi Corazón cuando lo necesiten, en cualquier momento de sus vidas.

En esa Sagrada Medalla que será acuñada y que proviene de Mi Sagrado Corazón, estará escrita la historia espiritual de los hechos y experiencias vividas por su Maestro en este mundo. Desde Su nacimiento hasta Su ascensión, la Medalla tendrá la esencia de
Mi historia vivida en este planeta; así como todos los sacrificios de los que fueron mártires, de los que fueron santos y siervos de Dios, hasta los días de hoy.

Ella guardará el amor que cada corazón Me ha confiado, desde el huerto Getsemaní hasta el presente, de todos los misioneros que Me han servido en el mundo por medio del Evangelio y de la Caridad; como el amor que grabé en el corazón de Santa Teresa de Jesús, como de San Juan Pablo II y hasta del propio Papa Francisco.

Vean cuántas misericordias serán acuñadas, para que las almas las lleven sobre sus corazones y nunca más se separen de ellas, porque he tenido que luchar para llegar aquí, a esta nación, por su consideración, su gracia y su respuesta.

El Señor ha concedido al mundo esta Gracia. Que nadie pierda la oportunidad de recibir este legado. Que nadie pierda la oportunidad de aprender a amar, así como Yo se los enseñé, porque lo que más deseo es que sean compasivos hasta el fin de los tiempos; que sean misericordiosos y justos con sus hermanos.

Sé que Mi Obra aún no es comprendida completamente, ni siquiera por aquellos a quienes les hablo. El Misterio del Universo aún estará guardado en el Corazón de Dios. Pero llegará un día, en que las puertas se abrirán y nada más estará oculto. Todos conocerán lo que Dios siempre ha querido que conocieran y la ignorancia global se disipará de las mentes humanas. Muchos se postrarán al suelo cuando sientan temblar el suelo y el Universo, en la llegada del Hijo de Dios y se arrepentirán por no haber escuchado a tiempo.

Los invito a trabajar por aquellos corazones que no los aceptarán, que los negarán, que les darán vuelta la cara. Pero si hicieran todo en Mi Nombre, tendrán fuerza interior para amar, así como Yo amé a cada alma que Me torturó, que Me flageló, hasta a aquel que Me crucificó.

¿Cómo es capaz un ser humano de amar el mal que otro le podría hacer?

¿Cuál es la esencia de ese misterio, de dar la vida por los que no la merecen?

Pero sé que no están listos para eso. Pero algunos lo vivirán, porque Yo se los pediré, cara a cara. Y cuando todo eso haya pasado, cuando hayan sufrido por Mí verdaderamente y sin reclamos, Yo vendré antes de que expiren a buscarlos, para llevarlos al Paraíso y vivir eternamente en adoración a Dios, como viven los ángeles, por los siglos de los siglos.

En Mi Reino no encontrarán sufrimiento para los que ya no estarán aquí, en este mundo, cuando todo termine y encontrarán el resultado del gozo de haber estado Conmigo todos los días, incondicionalmente.

Por eso, todo lo que hagan es pequeño para Mí y en Mi Espíritu tiene un valor incalculable, que solo Dios conoce.

Que en esta Medalla se guarden los Sagrados Dones de Dios, los mismos Dones del Espíritu Santo, que María, vuestra Madre, recibió junto a los apóstoles en el Cenáculo. Son estos Dones los que hoy trae Mi Corazón, a través de esta Medalla, para que los apóstoles del nuevo tiempo puedan despertar a Mi convocatoria y siempre Me digan “sí”.

Por todo lo que he vivido en el Monte Calvario y hasta el momento de Mi Muerte, derramando Sangre y Agua de Mi Costado, hoy traigo del Cielo la síntesis del amor de todos los que Me amaron a través de los tiempos, de todos los que sufrieron por Mí a través de los tiempos, de todos los que testimoniaron Mi Presencia en el mundo, en todas las décadas, sin dejar de decirme “sí”, a cada momento.

Es esto lo que hoy les dona Mi Corazón Misericordioso, porque deseo que ese mismo amor que sus hermanos vivieron, provenga de ustedes y también pueda ser grabado en esa Sagrada Medalla, para los que la necesitarán en el futuro, aunque aún ustedes estén aquí en la Tierra, sirviéndome y anunciando Mi Palabra en la humanidad.

Hoy, vengo a bendecir el agua, que lavará sus cabezas, bajo la efusión del Espíritu Santo y del Santísimo Hijo.

Hoy, vengo a bendecir el aceite, que marcará sus rostros con la presencia de la cura de Mi Corazón, para sus enfermedades corporales y espirituales.

Hoy vengo, en esta última instancia de la misión, a reintegrar en Chile la confianza de Dios, para comenzar de nuevo, bajo una renovada fe, bajo un grandioso amor que Yo encontré aquí escondido, en sus corazones, en estos dos días.

Que esa llama siga rebrotando; que ese fuego interior siga creciendo, a fin de que su Maestro y Señor pueda retornar aquí, encontrando multitudes de seres redimidos por el amor del corazón.

Que esta Gracia se extienda a esta nación, desde el norte de Chile hasta el sur de Punta Arenas, y más allá de él, hasta la Antártida.

Coloco Mis Manos de bendición sobre este pueblo, para que se establezca Mi Paz.

Y ahora pediré a los ángeles custodios que bendigan estos elementos, que serán fuente de Gracias para los que lo han pedido de corazón.

Que este incienso sea bendecido, al igual que el incienso que Me recibió en el templo, cuando era Niño, en los brazos de María, de Mi Madre, y de San José, para ser entregado a Dios, para el cumplimiento de la divina misión que Mi Padre Me encomendó en aquel tiempo.

Que este incienso purifique lo más interno y que eleve a los espíritus que han caído en la faz de la Tierra. Amén.

Y ahora, compañeros, mientras Me elevo al Cielo, recordándoles la importancia de esa Medalla para el mundo entero, los invito a unirse aún más a Mi Corazón, para irradiar al planeta Su Consciencia de Luz, como a su humanidad, que está enferma en espíritu, mente y cuerpo. Y para que estos Sacramentos que hoy vivirán, especialmente en Chile, no solo renueven a su pueblo, sino a todos los que llegarán llamando a la puerta, buscando el camino de reencuentro con el Amor, con el Amor de Dios, así como ustedes lo encontraron en estos días.

Nunca se olviden de esto. Nunca borren de su memoria estos momentos, porque para los tiempos que llegarán, los ayudarán a cruzar los abismos y las pruebas, los desiertos y los grandes vacíos que el mundo enfrentará, para poder confirmarse ante Dios y ser merecedor de una nueva oportunidad, así como ustedes hoy la tienen ante Mi Presencia Santísima, para irradiar a este mundo, a su humanidad, como a los Reinos de la Naturaleza.

Terminaremos este encuentro íntimo entre sus corazones y el Mío, pidiéndole a Dios por Sus Bendiciones y Gracias, a través del cántico “Lluvia de amor”.

Que esto permee al planeta y a sus corazones, como a todas las vidas que necesitan de la redención.

Yo los bendigo desde Mi Sagrado y Glorificado Corazón, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Les agradezco.