Sábado, 6 de mayo de 2017

Maratón de la Divina Misericordia
Aparición de Cristo Jesús durante la 46ª Maratón de la Divina Misericordia, en la ciudad de Porto, Portugal, al vidente Fray Elías del Sagrado Corazón

He venido del Cielo con una intención especial: Reconocer y honrar a los que son consecuentes Conmigo en su más profundo silencio, en el anonimato de su persona, en la vida incondicional, en el servicio al semejante. En todo esto, Yo honro a los que son consecuentes Conmigo, porque no importa lo que sean, sino lo que sienten cuando están ante Mi Misericordioso Corazón.

Es así que Yo los consagro, Yo los renuevo, Yo les doy la esencia de Mi Vida, que es el legado de Mi Divinidad; aquella alcanzada durante la Pasión en la Cruz. Por todos los que serían consecuentes Conmigo, Yo también Me dejé morir en la Cruz, porque sabía que los encontraría en el fin de los tiempos, para poder llevar adelante Mi Obra final en el planeta.

Cada sangre derramada, cada dolor vivido, como cada transmutación expresada por cada una de Mis Llagas, no solo eran por los pecadores, sino por los que Yo Me ofrecía, para verlos en estos tiempos trabajando en Mi Plan y llevando adelante Mis designios, tanto en el silencio de sus vidas, como en sus momentos de oración. Y cada vez que están unidos a Mí, esta promesa se cumple y se renueva.

Es así que Yo visito a los Nuevos Cristos, a los nuevos templos y a las nuevas moradas, transformadas por Mí, trabajadas por Mis Manos, moldeadas por Mi Espíritu y colmadas por Mi más puro Amor, el Amor que proviene de Mi Corazón, de Mi Esencia y de Mi Vida en este Universo Celestial.

Para que Yo los pudiera encontrar en este tiempo, en las diferentes regiones del planeta, en sus diferentes pueblos y naciones, Mi Padre tuvo que señalarlos con el don del despertar, que es la gracia de tener consciencia de lo que significa estar en este planeta y en esta humanidad, para estos tiempos, sabiendo qué es lo que hay que hacer, lo que se debe cumplir y llevar adelante por su Maestro y Señor.

De esa forma vengo a retirar las llaves de aquellos que las desperdician. Las llaves son el símbolo del tesoro espiritual, de la confianza del Altísimo en todo lo que Él ha concedido por obra y gracia del Espíritu Santo.

Retirando estas llaves de los que no las supieron aprovechar, las deposito en las manos de los consecuentes, de los anónimos, de los que se han dejado vencer por Mi Amor y no por la vida material.

Así construyo una gran red de almas, al servicio del Redentor y del Padre Eterno. Porque por detrás de todo este misterio, está vuestro Padre Celestial, Quien decreta y realiza todas las cosas.

Hoy vengo a ungir a los consecuentes de estos tiempos. Hoy vuelvo a señalarlos, esta vez con la señal luminosa de la Cruz, símbolo de la Redención de la humanidad y de la entrega absoluta al Creador.

Así como las mujeres de Jerusalén ungieron Mi Cuerpo herido, a través del amor de sus corazones y de sus vidas, hoy vengo a ungir con Mi Espíritu y en acción de gracias, a los que son consecuentes Conmigo y a los que son consecuentes en nombre de toda la humanidad, especialmente por los que se pierden.

Ahora que cumplieron con lo que necesitaba, daré continuidad a lo que He venido a hacer en este día, con todas las almas y por todas las almas del mundo.

Vengo a renovarlos en el apostolado, porque en la renovación de su carisma espiritual, siempre tendrán la fuerza interior para poder realizar todas las cosas que el Padre les encomienda a través de Su Hijo y de Su Santa Madre.

Quiero despedirme de ustedes hasta un próximo encuentro, recordando la importancia de la oración entregada y del cumplimiento de los deseos de su Señor, para algo que es más amplio que sus consciencias, y que todo este planeta. Esa es la magnitud de Mi deseo.

Consagremos  los elementos, como también a las almas, que tienen sed del verdadero Amor de Dios, para poder sobrevivir en estos tiempos, al caos de esta humanidad.

Cada Sacramento que es vivido, recuerden que es realizado no solo por sus vidas, sino por esta raza, que está enferma y herida por sus propios errores.

Cada Sacramento es un bálsamo de cura, es una renovación para el alma, es reencontrar el camino que antes habían perdido, por las influencias de esta vida material y superficial.

Hoy intenten sentir sus almas en un profundo gozo, al ser nuevamente sacramentadas, no solo por los elementos que los renovarán, sino también por la comunión perpetua con el Corazón de su Señor.


Alabado seas Señor, porque Tú has permitido a Tu Amadísimo Hijo, encarnar entre los hombres, para que volviera a descender Tu Amor, Tu Gracia y Tu Misericordia, con el fin de que cada ser en este planeta pudiera alcanzar su redención.


Hoy renuevo este testimonio a través del pan y del vino, y unido a cada ser consecuente Conmigo, instituyo nuevamente esta Cena, con Mi Cuerpo y con Mi Sangre, para que todos reciban los códigos de vida. Amén.

De este encuentro de oración aquí, en Porto, surgieron muchas oportunidades, que en poco tiempo conocerán y que son fruto de la oración y de la fe de sus corazones.

Una vez más, Mi Corazón y el Corazón Inmaculado de Mi Santa Madre, vuelven a triunfar en Portugal y en Europa. Esto es un presente especial para Dios. Es una dádiva del Cielo, gestada por los corazones simples que escuchan la voz de su Maestro y caminan a Su lado, siempre buscando el camino de la paz, para sí mismos y para el mundo.

Los bendigo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Quiero que canten “Los pacificadores”, así como cantaron en gloria, en el día de ayer, para su Redentor y Señor.

Eleven sus almas a Dios, en un profundo júbilo, para que este triunfo de los Sagrados Corazones, se infunda en el mundo entero. Amén.