Miércoles, 10 de febrero de 2016

Mensajes diarios
MENSAJE DIARIO DE SAN JOSÉ, TRANSMITIDO EN EL CENTRO MARIANO DEL AURORA, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Hijos:

El mundo está ahogándose en la propia arrogancia, en el propio orgullo y en la propia vanidad humana. Los corazones de la mayoría de los seres humanos no conocen y no buscan la  paz, a no ser para el beneficio propio.

Los martirios vividos por cristianos, musulmanes e inclusive por ateos hace tantos años en África y en Medio Oriente, no tocan la consciencia de los seres y muchos prefieren seguir sus vidas en el confort y con la garantía de condiciones financieras que buscar a Dios y clamar al Padre por Su Misericordia.

Las guerras continúan creciendo, y la humanidad no está percibiendo el mal que se esparce por el mundo entero, fruto de las acciones atroces de sus hermanos en varias partes del mundo.

Hijos, la indiferencia es tan grave como esas atrocidades, y el hecho de que ustedes estén conscientes de que esas realidades no son solo físicas, sino también espirituales, los compromete aún más con Dios y con Su Plan.

Tanto les entregamos en gracias y en conocimiento divino..., tantas veces los condujimos en espíritu y en esencia al Reino de los Cielos..., tantas veces les perdonamos sus pecados; todo eso para que tengan lo que necesitan para transformarse y equilibrar, conscientemente, el desequilibrio absoluto de este mundo.

Quisiera profundizar, con cada uno, el camino de la propia consagración y, por eso, les diré las siguientes palabras:

Si no consiguen vivir la propia transformación y la consagración al Plan, coloquen la consciencia delante de lo que sucede en el mundo, evalúen todo lo que recibieron, las informaciones que ya les fueron entregadas y, con eso, hijos, intenten comprender porqué esperamos de ustedes una respuesta diferente de la que da el resto de la humanidad.

En el caso de su grupo de trabajo, el hecho de que ustedes no puedan vivir virtudes básicas como la caridad, la hermandad y la humildad, aunque sea un poco, se vuelve algo grave y compromete enormemente la Obra de Dios, pero muchos se preguntan el porqué. Eso sucede porque el mundo está hundiéndose en las sombras y no son muchos los que tienen la oportunidad que ustedes tienen de estar ante de Dios.

Si estudiaran y vivieran todas las palabras que les entregamos a lo largo de los últimos años, o si al menos intentaran hacerlo, la consciencia humana estaría en otro punto. Pero ustedes no solo ignoran Nuestras instrucciones, sino que también son indiferentes a ellas, y eso los coloca espiritualmente en una grave deuda con Dios.

Sé que no son todos los que reaccionan de esa forma, pero muchos de los que tienen un mayor compromiso con el Plan no dan los pasos que necesitan dar por la indiferencia ante la instrucción que recibieron y por la falta de interés en salir del punto en que se encuentran para intentar llevar a la humanidad a la vivencia de la redención.

Hijos, si recordaran por un instante a los que están padeciendo las persecuciones, los secuestros y las torturas; a los que emigran de sus casas y padecen la miseria y el abandono en naciones desconocidas para ellos, ustedes al menos intentarían todos los días ser un poco más agradecidos por todo lo que tienen; intentarían construir un espíritu de mayor fraternidad.

Si comprendieran que las guerras sociales, políticas y religiosas ocurren porque el hombre trata todo el tiempo de imponer sus pensamientos y pareceres, ustedes serían humildes y  obedientes y tendrían otro incentivo para disolver la propia ansia del poder, que es disolver la raíz de las guerras y de los conflictos del mundo.

Cuando Yo fui enviado al mundo para guiarlos en cosas tan básicas y simples, no fue solo para que un grupo de personas pudiera vivir la propia transformación, aislado del resto de la humanidad. Cada palabra que les entregué, por más básica, humana y material que a veces les parezca, tiene un propósito espiritual y divino, tiene la finalidad de repercutir en toda la
consciencia humana. Pero mientras sean indiferentes a esas instrucciones y piensen que solo son para ustedes mismos y que no hará diferencia la transformación de un ser humano, entre los más de siete mil millones existentes, será inútil que les hable frecuentemente.

Como padre, amigo e instructor, Me cabe decirles la verdad, en la eterna esperanza de que alguna de estas palabras, pronunciadas en uno de los 365 días en que les hablaré, toque sus consciencias y no les permita ser los mismos.

Aquel que los ama y los guía,

San José Castísimo