Cuando oramos, conversamos con Dios

La vida cotidiana nos conduce a caminos que nos distancian de la verdadera Vida y de los verdaderos valores. Vivimos inmersos en la vida del consumo, del confort y de la inercia, todo esto anestesia nuestra sensibilidad e impide que vivamos la fraternidad en nuestros hogares y en la vida diaria. La oración viva abre las puertas para que podamos entrar en contacto con el mundo interior, con la esencia, con la luz y con el amor. Cualquier movimiento en dirección a lo sagrado es una oración.

La vida común nos engaña afirmando que la oración es un instrumento ineficaz, que es una actividad de personas que no tienen nada que hacer, de personas crédulas. Esto nos puede hacer desistir y desanimar. Sin embargo, la oración va clareando nuestros pasos, nos va devolviendo aquellos valores olvidados. Cuando oramos, todo lo que no es Luz en nosotros comienza a disolverse. Por eso, se dice que la oración es redentora, que posee los poderes necesarios para conducirnos a la reconciliación con Dios.

La oración es la oportunidad de conversar con Dios, de unirnos a Él. A través de la oración profundizamos nuestro amor por Dios, un amor que trae la aspiración de ser más comprensivos, más humanos, más justos, más fraternos.


María nos dice:

La oración hecha con el corazón es cura de todo dolor. La oración hecha con el corazón es un encuentro interno con la Luz de Mi Inmaculado Corazón.


(Texto adaptado del artículo de la Revista Señales de Oración nº 3)