Domingo, 13 de agosto de 2017

Mensajes diarios
MENSAJE PARA LA APARICIÓN DE MARÍA, ROSA DE LA PAZ, TRANSMITIDO EN EL CENTRO MARIANO DE FIGUEIRA, MINAS GERAIS, BRASIL, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Cruzando el Infinito hasta descender a la Tierra, surge el Ave del Sol. Más bella que un Águila, más brillante que las estrellas, más veloz que los cometas y más silenciosa que la brisa del viento cuando toca a los corazones desamparados.

Esta Ave proviene del Corazón de Dios. Descendió desde la más alta de las dimensiones, recorrió toda la Creación, silenciosamente, hasta llegar a la Tierra.

Su vuelo recorre Oriente y Occidente, los lugares más recónditos y escondidos, y también los más poblados y conocidos por el hombre. Su Corazón no hace distinción entre los seres.

Con Sus alas, abraza a Sus hijos, los que están entre los hombres, pero también en la Naturaleza. Ellos están vivos en la Tierra, pero también son Sus hijos los que ya partieron de ella y los que llegarán a lo largo del tiempo.

Esta Ave fue enviada por Dios, Su vuelo representa la libertad que alcanzó por no estar más en Sí misma, sino por ser eternamente Sierva y Esclava del Creador. Despojada de todas las cosas, todas las cosas le pertenecen; porque sin querer nada, todo le fue dado por Dios.

El Mayor Tesoro del Universo proviene de Su Vientre. Ella le dio vida y libertad a Aquel que vino a dar vida y libertad al mundo, como a toda la Creación.

Por ser más brillante que el Sol, esta Ave ya no se oculta, y a pedido del Señor, Su silencio dio lugar a un canto que resuena entre las dimensiones. Su voz debe ser escuchada por toda la Creación, porque Su melodía es el anuncio de un nuevo tiempo, es una advertencia y un camino seguro por el cual seguir, para no perderse.

Yo soy, hijos Míos, el Ave del Sol enviada por Dios. Mi brillo les expresa la unidad perfecta con Su Santo Espíritu, desde el momento en el cual Él fecundó Mi Vientre Divino para gestar una nueva vida, el principio de renovación de toda la Creación.

Yo soy su Madre Celestial y, así como recorro todo el planeta buscando a las almas que deben reencontrar a Dios, también llego a este lugar a llamar a Mis hijos para que vivan la consagración a Mi Inmaculado Corazón.

Vengo a enseñarles a orar, a fortalecer su fe y a unirlos aún más al Corazón de Mi Hijo.

Vengo como un Soplo Divino, para disipar la oscuridad de sus vidas, para retirar de sus corazones el dolor y la soledad, y entregarles una esperanza que no se encuentra en este mundo, sino en el Corazón de Dios.

Vengo por los más jóvenes, que están perdidos en las garras del enemigo de Dios, y que todos los días ahondan más en su cautiverio, pensando que encuentran la libertad y la independencia. Vengo para retirarlos de la ignorancia que invierte los valores de la vida, para que ya no se engañen ni se dejen engañar por los estímulos de este mundo.

Estamos en un último tiempo de Misericordia, hijos amados, antes de que la Justicia se precipite sobre el mundo. Por eso, vengo como el Ave del Sol, iluminando los abismos y los corazones oscuros, para que todos tengan la oportunidad de encontrarme.

Quiero verlos unidos, en una vida fraterna entre religiones, culturas, razas...

Quiero verlos aprendiendo los unos con los otros, compartiendo entre sí los Dones que Dios les entregó para que los manifesten en este tiempo. Vengo para enseñarles a descubrir estos Dones: el Don del Amor, el Don de la Piedad, el Don de la Caridad, el Don de elevar con el canto, el Don de elevar con la oración, el Don de la Cura, el Don de la Paz… y tantos otros, hijos Míos, que aún deben descubrir en sus pequeños corazones.

Déjense guiar por su Madre Celestial y no tengan miedo a lo desconocido. Yo no vengo a desviarlos de sus caminos, Yo vengo para enderezarlos y conducirlos rectos y seguros hacia el Corazón de Dios.

Confíen en Mi Inmaculado Corazón, como confían en Aquel que Me envió.

Con la imposición de Mis santas manos, Yo los bendigo, los libero y los protejo, para que cada día encuentren el camino para recomenzar.

Les agradezco por venir a Mi encuentro.

Vuestra Madre María, Rosa de la Paz